sábado, 30 de marzo de 2013

Sed fugit interea fugit irreparabile tempus



—    En tal caso, espabila, no sea que se te escape el tren, le dijo su hermana.
—    Tranquila, aún es pronto, y no hay casi tráfico. Llegaré a tiempo, y todavía me sobrará para tomarme un café.
Era obvio que Juan no se estresaba por nada, ni siquiera aquel día, en que recibió la llamada de su superior, que lo apremiaba a presentarse a un capítulo urgente de su congregación en plenas vacaciones.
Había llegado su hora, y él lo sabía.
No necesitaba correr, porque lo esperarían, sin duda. Los tiempos eclesiásticos se miden con otros relojes. Pronto cambiaría su vida.

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