Sacaré los pies del tiesto, pero no me resfriaré, porque encontraré otros muchos, muy pegados entre sí, agobiados, solidarios en su rebeldía, como formando una imagen imposible de Escher, pie contra pie, pie contrapeado, pie retranqueado; sin estridencias, pero con gran contundencia, pues seguro que antes eran cabezas —todo cobrará sentido: pies y cabeza—, las mismas que se peinaban con el agua y el peine común que alimentaba la maceta, en apariencia saludable para los pies que aún no hubieran decidido salir del barro protector y acogedor que los cultivaba, hasta acabar sirviendo de abono de los recién llegados.
Estas crónicas no tendrán precio, sólo longitud: con cien palabras iré al meollo, destripando lo que merezca
serlo y loando lo que deba ser elogiado, en mi modesto entender, salvo que se piense que opinar
es un acto inmodesto por la distancia o la altura que ha de ocuparse para afrontarlo...
domingo, 5 de febrero de 2012
miércoles, 1 de febrero de 2012
Vales griegos
Grecia reparte vales para alimentar a sus futuros contribuyentes, que se desmayan de hambre en la escuela.
Los maestros explican matemáticas, lengua, filosofía, sin dejar de preguntarse qué contaron mal a los padres de estos pequeños helenos para llegar a la necesidad de cambiar papelitos por leche o galletas financiados por iglesias, ayuntamientos y empresas.
De pronto, la memoria más arrinconada me trajo el sabor a pobre —entonces no apreciábamos ese matiz— de una leche aguada en el patio del colegio, hace casi cinco décadas.
Los maestros enseñan geografía, pero no pueden explicarse Europa, ni la desnutrición de sus pupilos.
De pronto, la memoria más arrinconada me trajo el sabor a pobre —entonces no apreciábamos ese matiz— de una leche aguada en el patio del colegio, hace casi cinco décadas.
Los maestros enseñan geografía, pero no pueden explicarse Europa, ni la desnutrición de sus pupilos.
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