Me
siento impelido a escribir cien palabras para alimentar el estómago de esta
bitácora. Me lo pide el cuerpo, mis seguidores, y las ganas de poner «píxel sobre fondo» algún pensamiento fugaz que, de otra forma, se iría, como en una
mala mano de mus, sin más pena ni gloria.
Pasar
del twitmundo a la blogosfera es como levantarte en un avión en clase turista
para sentarte en el asiento de un taxi, a pesar del límite de 100 palabras que
me autoimpuse, antes de surgir la adictiva comunicación piada.
No obstante, aquí también hay tope, y acabo de
llegar.