lunes, 26 de septiembre de 2011

Justo el dudista




A tres manzanas de su casa, tras girar la esquina del colmado, estaba el lugar más acogedor del pueblo. Justo acudía cada semana a encontrarse con otras personas similares. Cuando llegaba, debía despojarse en un banco de toda la seguridad que daba ir cubierto con convicciones de muchos colores y hechuras.
Los allí congregados —Justo lo sabía— impulsan a la humanidad, pues, como es bien conocido, el mundo avanza gracias a respuestas dadas a los dilemas más acuciantes.
Justo iba a ese mar de dudas a empaparse de incertidumbre. Así, algún día podría alcanzar alguna certeza, por discreta que fuera.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Trina, que te sigo


Trinaba por la mañana, trinaba por la noche, trinaba a todas horas.
Seguían sus trinos, aunque desafinados, cienes y cienes de trinadores divulgadores, conocedores o aficionados, para luego retrinar, sin refinar el trino ni una octava.
Poco a poco, llegaron a ser miríadas de trinantes globalizantes, de pelaje y condición muy desigual. Coro desafinado.
Si llegasen a dar con la nota de un mismo trino desgarrador destaponarían, quizás, el oído embrutecido de los dueños del alpiste y la jaula pajarística.
No obstante, los bípedos podemos estar contentos: de arácnidos pegajosos en una telaraña hemos pasado a cibercantores de 140 notas.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Redomado


Pudiera ser alguien domado dos veces, pero no, redomado significa justo lo contrario, pues se dice de alguien que tiene una cualidad negativa en grado muy elevado: si es un embustero redomado, es que es mentirosísimo; si es un puerco redomado, es que es un cerdo de campeonato, y así, sucesivamente.
Como contraste, el diccionario también dice que redomado es alguien cauteloso, ladino, astuto o sagaz. De nuevo, ante el dilema semántico, pues si me encuentro con un redomado perillán, y se lo llamo, tendré dos problemas: 1) que me considere un viejo pedante y 2) explicarle el doble elogio.

martes, 6 de septiembre de 2011

Espirales


Hace muchos años, me pidieron que definiera, sin usar las manos, qué era una escalera de caracol. Obviamente, de niño no tenía recursos lingüísticos como para decir que se trataba de una sucesión de peldaños que avanzan formando una espiral ascendente centrada sobre uno de los lados de cada escalón, y que, vista desde fuera, podría compararse con un cilindro que sirve para superar elevaciones sin el engorro y el espacio que exige hacer una escalera tradicional recta en rampa. Me habrían mirado raro.
Otro ejemplo de que un gesto del dedo —una imagen— vale, como mínimo, estas cien palabras.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Seguidores



Cuando confirmó que lo seguirían, supo que no tenía escapatoria. Debía avanzar, sin dilapidar ni un solo paso. En lo sucesivo, su cerebro habría de tirar de sus mejores neuroconexiones para discernir el camino sin titubeos. Hasta entonces, había sido fácil: el anterior líder lo tenía tan claro que no cabía la menor duda. Ahora, él era el cabecilla de aquella pandilla de indocumentados. Qué soledad. El camino se complicaba y sus discípulos proseguían hastiados. Pernoctarían en un descampado. Aprovecharía para reflexionar; estaba convencido: o él, o la perdición. Hasta que un descerebrado sacó un gepeese y jodió la revolución.