viernes, 24 de abril de 2009

No me libro de ser el pasado


Sacó el librochicle que le pasaron. Sentada en el monorraíl neumático, Malena ya salivaba pensando en su contenido. Sólo desenvolvió el primer gusticapítulo. El tren llegaría antes y no percibiría más sensaciones durante el trayecto.
Antes de agotarse los árboles, las editoriales habían encontrado formas novedosas de transmitir las novelas que los escritores destilaban sin cesar. La semialucinación creativa era la más exitosa. Provocaba efectos idénticos a la antigua lectura: vivir otras realidades, imaginar el perfil —antaño, carácter o rasgos— de los personajes, por ejemplo. Para mascarlas con fruición, además, sólo publicaban las historias escritas con originalidad y sabor persistente.

sábado, 18 de abril de 2009

Congratulación


La congratulación es un proceso semejante al gratinado, porque ambos dan lugar a una apariencia externa igual de crujiente y lustrosa. Las dos acciones se aplican casi siempre de forma superficial. Podemos congratularnos —a nosotros mismos, suerte de onanismo felicitador—, o hacerlo por lo que han hecho otros, pero sin decir «te congratulo», sino «me congratulo» de tus logros. El brillo y la rigidez consecuencia del gratinado saltan a la vista cuando la congratulación es pública, por ser una palabra sonora y polisilábica, pero lo sabroso del horneado se pierde tras hincar el diente a una felicitación poco sincera.

viernes, 17 de abril de 2009

Solucionadores


Cierro las orejas, a modo de murallas, ante la mentecatez sonora reinante de contertulios expertos, lenguaraces y colaboradores mediáticos cuyas intervenciones comienzan circunspectas por un omnipresente «el problema es que...» y variantes.
Como si no se expresaran por sí solas, surgen teorizantes de variados pelajes que definen nuestras congojas; en especial, esos gurús con lucs de sabihondillos, que lo hacen siempre a toro pasado.
La ratio «problema enunciado/solución propuesta» no deja margen al optimismo, pero mantiene en su puesto a esas legiones de verborreicos de pago alejados de las colas del paro, y librándoles de decir «el problema... ¿soy yo?».

jueves, 16 de abril de 2009

Legado


La norma dispondrá que toda persona próxima a dejar esta sociedad deberá elegir con esmero cómo quiere que la recuerden. Valdrán objetos, escritos, documentos gráficos o pruebas sensoriales multimedia de cualquier índole. Si quien marcha no elige bien, su futuro en la otra zona titubeará sobre la pobre calidad de dicha selección.
Un legado claro, incuestionable, prolongará la existencia; uno ambiguo, perezoso, la acortará. Esa duración dependerá de la intensidad del recuerdo cedido a los que permanezcan.
En realidad —y en ficción—, sólo abandonamos a los humanos al desvanecerse la última memoria que queda de nuestra estancia entre ellos.

miércoles, 15 de abril de 2009

Llegaremos mañana — Stop — prepare casa


Salvo por las películas, pocos de menos de veinte años conocen, han visto o, incluso, tocado nunca un telegrama.
Tal comunicación rauda, casi inmediata para esos tiempos, llegaba el mismo día, o antes. El remitente se personaba en Correos, rellenaba un impreso escogiendo las frases precisas, cual SMS precursor, usando una casilla por letra, y pagaba según las palabras empleadas y su destino. Se reservaba para noticias urgentes, malas casi siempre.
Mi bancario conocido —carezco de amigos del sector—, me contó que aún se usa, ahora para notificar embargos y similares. Prefiero no volver a verlo nunca, el telegrama.

sábado, 4 de abril de 2009

Sosiego


La velocidad de la respiración refleja el pálpito del corazón, y éste es testigo sufridor del delirante ritmo con que vivimos algunos. Ante la pantalla, nuestra letanía interdental suplica días de veintiocho o treinta horas y, al final de cada jornada, aún sentimos que no nos ha cundido nada. Dormimos seis o siete horas y el resto de recorrido visible del sol lo quemamos sin apaciguar el jadeo.
Me voy al Sáhara, con mis hermanos exiliados: inspiraré hondo, y dejaré que el desierto, ése que «no se mueve, porque todo puede esperar» me contagie algo de su serenidad. Sin pasarme.